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“Sé que algún día esto acabará”, relato de una prostituta iniciada en pandemia

La noche empieza a caer. Lluvia, como se hubiera querido llamar esta chica de 18 años, llega puntual a la cita que tiene con una de las calles más céntricas de la Ciudad de México, pero ya hacia el norte. Sin careta, guantes ni cubrebocas, empieza a ver el desfile de autos del cual uno seleccionará con quién se irá:

Si me cubro no me ven y nadie se acerca”, relata, su hermano, la acaba de dejar y le dice que más tarde le va a “echar un ojo”

 

Muchos son los conductores que se detienen a preguntarle su tarifa: sexo oral por 50 pesos, relaciones sexuales con protección por 150; sin protección, 200. El hotel lo paga quien la contrata. También pueden hacerlo en las calles de aquella colonia que se identifica por su marginalidad; sólo que con el riesgo de ser detenidos por la policía. Ésas son las tarifas de la mayoría de las adolescentes que se reúnen cada tarde para estar hasta las madrugadas esperando a reunir la mayor cantidad posible de dinero para llevar dinero a su casa.

Son ellas parte de esa estadística que ha dado a conocer Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, sobre la duplicidad de las cifras de prostitutas en la Ciudad de México: de 7 mil 700 que habían censado, han pasado a 15 mil 200.

 

Lluvia se quedó embarazada a los 13 años de su primer novio. A los 15 tuvo otro hijo con otro hombre. Ambos desaparecieron a la marcha de saber que serían padres.

Dejé la escuela. De todas maneras, ni me gustaba. Mi mamá me dijo que me dejaría quedar en la casa, pero tenía que dar dinero. Trabajaba en una zapatería cerca de la casa y cerró por la pandemia. La novia de mi hermano me contó que a veces se venía acá a trabajar para sacar para la ‘mona’, que no era tan malo. Así fue como empecé en diciembre a venir todas las tardes. No saco mucho, unos 500 pesos por día, pero en la mañana puedo atender a mis hijos, porque no están yendo a la escuela, ya mi mamá se queda con ellos cuando vengo”, relata la adolescente vestida con un pantalón, un top y una chamarra negra, pocos pensarían a lo que se dedica si la vieran en cualquier otro sitio.

 

Tal como lo indica Brigada Callejera, al menos en el centro del país se sigue luchando por que tengan mejores condiciones las sexoservidoras. Poco interesa si sean “nuevas” o lleven muchos años. Lo que buscan es que no sean violentadas o maltratadas. A diferencia de otros modos de prostitución, Lluvia y sus tres compañeras se concentran en satisfacer las necesidades de sus clientes que, en general, son taxistas, algunos que otros visitantes itinerantes y menos, pero los hay, clientes de alto standing.

 

Para ellas, lo importante es obtener dinero para colaborar con el gasto de sus casas, drogarse muchas de ellas para no sentir la crudeza de estar con muchos hombres toda la noche-, pero incluso en lo que menos piensan es en “ascender”.

Sé que algún día ésto acabará. Sólo quiero sacar adelante a mis hijos. No me voy a dedicar para siempre a esto”, enfatiza Lluvia.

 

Cercana la media noche, tanto Lluvia como sus compañeras, no pueden ni hablar. Casi se caen de drogadas al ir a los coches que se acercan a preguntarles por sus servicios. En esa misma esquina está siempre el novio o familiar de algunas de ellas, de su misma edad, quizás un poco más chico o grande. Es su protector. Las mujeres lo agradecen porque reconocen que hay quienes sólo las quieren maltratar o agredir.

 

A diferencia del famoso “padroteo”, en el que las explotan y les quitan lo obtenido, o el estilo de trata de personas que narra la periodista Evangelina Hernández en su libro Tierra de padrotes, Tenancingo, Tlaxcala, un velo de impunidad, donde las enamoran, las chantajean con “ayudar” a sus novios porque se acaban de quedar sin trabajo y las traen a la ciudad para prostituirlas, estas mujeres son conscientes de lo que hacen desde el primer momento. Están dispuestas a vender su cuerpo para mantener a su familia, e incluso acceden a hacerlo cuidadas por su propia familia para garantizar que no sean violentadas

 

Caída la madrugada hacia la mañana, cualquier día de la semana, Lluvia contempla el inicio de las actividades matutinas. Con la poca consciencia que el pegamento que inhala le deja, camina 5 minutos para llegar a la vecindad en la que sus hijos la esperan y a los que ella quiere abrazar. Se olvida durante todo el día de lo que ha sucedido. Sabe que su jornada ha terminado.

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