Reportajes especiales

Familias de presos resisten a la distancia, otras quedan segregadas

Como en la mayoría de casos fabricados, Rafael fue detenido y torturado hasta firmar confesiones de crímenes que no había hecho, pero fue en prisión donde conoció a la mujer que lo ha sostenido durante los últimos cinco años. 

Rocío conoció a Rafael cuando él ya estaba en la cárcel, los dos son de Monterrey, pero ahora viven en Chiapas, porque fue trasladado al Centro Federal de Reinserción Social (Cefereso) número 15 y sentenciado a 321 años de prisión.

Una historia de amor y desesperación que nació entre las rejas y aún esperan que la justicia los deje disfrutar la libertad de su cariño. En la prisión de Apodaca, Rocío fue de visita con uno de sus amigos y en esa ocasión le presentó a Rafael.

Lo que sabe del caso, es que su esposo trabajaba como albañil en el estado regio. Al regresar de su labor, un operativo de militares y policías lo detuvieron, lo levantaron en uno de los carros y junto con siete personas más lo tuvieron desaparecido más de nueve horas. Durante ese tiempo fue torturado con bolsas en la cabeza, golpes con armas de fuego y simulaciones de fusilamiento. En uno de esos golpes le rompieron la nariz y se la dejaron prácticamente destruida. Lo hicieron firmar unas hojas que jamás pudo leer y lo presentaron ante las autoridades que iniciaron su proceso por los delitos de secuestro, portación de armas y cartuchos, contra la salud y delincuencia organizada.

Rafael está preso desde el 9 de julio de 2010 y fue sentenciado a 321 años de prisión sólo por pasar por donde había un operativo.

Después de cinco años encarcelado conoció a Rocío, quien se encantó del hombre de la nariz rota.

Empezamos a tener una amistad y me hablaba por teléfono hasta que un día me invitó a verlo en la visita. Así seguimos un tiempo hasta que me decidí a ser su novia. Todo iba bien pero cuando teníamos ocho meses de novios lo trasladaron al Centro Federal de Reinserción Social 15 en Chiapas y después de diez meses separados me decidí a venir y casarme”, explicó Rocío desde el estado sureño. 

Los penales federales impiden que personas que no sean su familia directa puedan visitar a los internos. Ni concubinas, ni tías, ni primas y mucho menos amigos. Sólo padres, madres, hermanos, hijos y esposa pueden pasar tres horas a la semana y el detenido tiene diez minutos a la semana para hacer una llamada. No hay más contacto con la sociedad más que esas tres horas y diez minutos a la semana, y si los prisioneros fueron trasladados de estados lejanos, no hay quién los visite. Fue esa una de las principales razones por las que Rocío se casó con Rafael.

Su marido después de estar en Apodaca fue trasladado al penal extinto de Topo Chico. Tras un motín que dejó al menos 49 personas muertas en febrero de 2016 se rumoraba, entre las celdas, que habría un gran traslado de internos. Esto se cumplió y dos meses después Rafael fue llevado al otro lado del país. Desde ese día no ha vuelto a ver su familia, habla con ellos una vez a la semana. Un día le marca a su padre, a la semana siguiente a su madre y a la que sigue a su hermana, sólo por una bocina ha tenido contacto con su familia desde hace cinco años. Sin embargo, Rocío después de bromear con él decidió mudarse y empezar una nueva vida en Chiapas.

“No sé en qué momento yo le dije en tono de broma que no había lugar a donde lo mandaran y que yo no pudiera ir. Es más, recuerdo que le dije que me iba a vivir a donde lo manden. Pero yo pensando que iba para Durango o un lugar cerquita. Cuando vi que era a Chiapas yo buscaba en mi mente dónde había un lugar por aquí que se llamara Chiapas, hasta que entendí que estaba al otro lado del país”.

“Fue bien triste porque tenía poquito de novia con él y no sabía si se iba a dar algo más. Durante diez meses sólo habla por teléfono con él, hasta que le dije que, si no nos casábamos no podría ir a verlo a las visitas. Todavía le dije que cuando saliera, si quería nos divorciábamos, como si realmente fuera a salir al otro día. Fui al penal de Chiapas y creo que la boda estuvo perfecta. Nos dejaron llevar vestido, a ellos les compramos unas camisas blancas y nos dieron de comer y hasta repartieron pastel, también había música en vivo con un grupo de los mismos internos que cantaban muy bien, nos tomaron fotografías, fue algo que disfruté mucho. Estábamos en lo que ellos conocen cómo el gimnasio, que es una cancha de vóleibol y basquetbol, pero cerrada”, detalló Rocío. 

Arregló toda su papelería y se casaron para poder seguir viéndose, pero el aislamiento de su cultura, de su gente y de su tierra es algo que le pesa no sólo al internos que trasladan lejos, sino a toda persona que forme parte de su vida, pues los gastos para que vayan a visitarlos implica mucho ahorro y tiempo.

En este caso Roció está a 36 horas de camino para llegar a donde los suyos, y se ha dado cuenta que la gran mayoría de los prisioneros del Cefereso 15 de Chiapas no reciben visitas de nadie, sólo tienen sus 10 minutos de llamada a la semana. Hay quienes llegaron de Tamaulipas, Monterrey, Sinaloa, Oaxaca, Quintana Roo y jamás han tenido una sola visita. Fue así como nació una organización entre las familias, solo para que no dejen sin visitas a sus prisioneros.

A mí me gustaría que todos tuvieran visitas, hemos hecho que venga unos familiares del norte. Entre todas pusimos algo para los pasajes y así el muchacho pudo tener su visita después de muchísimos años sin ver a nadie. A veces yo les recuerdo a las familias que les toca llamada con su detenido. Hay a quienes les gana el tiempo o están muy ocupadas y pues se va el horario y ya no pueden hablar con su familiar, por eso yo memorizo sus agendas y les recuerdo el día que les toca llamada. Para mí es muy importante la convivencia con la familia y la red que entre nosotras podemos hacer, a pesar de que todo el tiempo los segregan de todo, de su libertad, de su familia, y hasta de su tierra. Nadie puede ser una mejor persona si no puede convivir con sus padres, hijos o alguien que los quiera”, menciono Rocío. 

También detalló que en el penal le han impedido las visitas a su marido y que ingrese medicamentos que necesita para poder respirar por la nariz, todo esto a raíz de apoyar a los prisioneros que denunciaron recortes de alimentos y en horarios de visita.

“Sabemos que los custodios bajo las órdenes del director de seguridad Pablo Guillen, entran encapuchados a golpear a los presos, ya son varios casos que donde llegan en la madrugada y los lastiman y luego los mandan a castigo porque están quejándose de la falta de comida. Y algunas nos organizamos y nos fuimos a quejar, pero ahora dijeron que estábamos haciendo un bloqueo afuera del Cefereso y mandaron a castigar también a mi marido”, puntualizó Rocío. 

Los traslados de prisioneros terminan siendo una forma de segregación total que ha pulverizado a miles de familias en el país.

Fue muy difícil la despedida de mi familia, esa tarde viaje con cuatro muchachas que también iban a casarse, pero sabía que ellas iban a regresar a Monterrey y yo me iba a quedar aquí, sin nadie más que pudiera apoyarme. Hemos pedido a las autoridades el traslado a nuestro estado en varias ocasiones, pero nos lo han negado. Ya tenemos cinco años en Chiapas, estoy lejos de mis hermanos, de mis papás y tengo una última sobrina que no he podido conocer, nos ponen a decidir entre nuestra familia en libertad y la que nos quitaron”, concluyo Rocío.

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