La tierra también tiene su escritura, aunque muchos no lo crean, y es la necesidad la que obliga a entenderla. Los familiares de personas desaparecidas buscan huellas en la tierra que les permita encontrar fosas clandestinas y se volvieron expertos lectores en los campos y montañas de México.
Simón Carranza, originario de Guerrero, se levantó por la mañana, desayunó lo que encontró, se bañó y se puso ropa ligera. Cargó algunas herramientas como varilla, pico y pala que le ayudaran a buscar personas sembradas en las fosas clandestinas de los cerros y desiertos del país.
Él aprendió a leer la tierra cuando era pequeño. Su padre lo llevaba a la montaña y a los caminos de terracería para buscar figuritas prehispánicas enterradas, encontraban vasijas o pequeñas esculturas que luego vendían en el mercado por cinco o diez pesos de aquellos días. Buscar vestigios arqueológicos enterrados desde hace siglos era la manera de ganarse el sustento.
Si veía pequeñas hendiduras en el piso, escarbaba hasta localizar la figurilla prehispánica o si veía que un lugar no tenía pasto o que la maleza era distinta escarbaba para localizar piezas de barro con más de 500 años de antigüedad.
Tras la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos en Ayotzinapa, Guerrero, un movimiento nacional comenzó a salir a buscar a sus desaparecidos en todo el país. Además, de esta entidad surgieron colectivos en Sinaloa, Coahuila y Veracruz.
Entre los colectivos surgió el de “Los Otros Desaparecidos” en Iguala, ahí fue donde Simón Carranza ofreció su conocimiento para buscar personas en fosas clandestinas. De esa fecha en adelante el señor se convirtió en uno de los expertos buscadores del país.
Una mañana del 2016 después de su rutina matutina subió a la camioneta con otros buscadores. Ya había recibido información del lugar exacto en donde podría hallar a una persona inhumada. Entre el inmenso espacio que ocupa un cerro o toda una sierra, hay que buscar un pedacito de tierra que esconde a una persona.
Las indicaciones eran que la fosa estaba junto a un enorme árbol llamado “pochota” que estaba frente a un limonero, en Paso del Macho, Veracruz.
Simón caminaba pasito a pasito, con la paciencia que el campo les puede dar a las personas, pero con la desesperación de encontrar a su familiar. El terreno se veía todo idéntico, para donde se volteará era lo mismo: piedras, maleza, ramas, hojas, insectos y si levantaba la mirada, la vista se perdía en horizonte de montañas. Él solo busca un detalle que le dé inicio a las pistas.
De repente se detiene y dice, “aquí hubo una fogata”. La tierra no se ve quemada, como se imaginaria cualquiera, no hay carbón, ni leña, ni nada que anunciara una fogata; volteó para arriba y mostró como una parte del árbol estaba totalmente seca y todo lo demás del mismo árbol estaba tupido de hojas; “fue por el humo”, dijo, que siguió viendo la tierra que dibujaba en su superficie un camino apenas marcado.
Fue siguiendo el caminito hasta que de la nada topó con un enorme árbol “pochota” que tenía con raíces tan grandes que se necesitaban 30 personas para darle la vuelta.
Rodeo el árbol caminando con lentitud hasta que en uno de los pliegues de las enormes raíces encontró botellas de cerveza y licores que en medio de la montaña eran totalmente extraños.
Aquí es como una cabaña para dormir”, dijo. Las señales de que había actividad humana se hacían más evidentes en medio de la selva.
El camino siguió y el pasto ya no era tan largo, en el piso se podía ver el lodo y algunas huellas, más arboles enormes que inspeccionaba con detalle el buscador, en uno de ellos encontró un pequeño zapato escolar. La tierra le fue mostrando el camino que entraban a un largo pastizal.
Este pasto tiene unos meses, si hubiéramos venido en diciembre o enero podríamos ver la tierra”, expresó Simón Carranza.
De nuevo se detuvo y señaló unas piedrecitas que se escondían entre la tupida maleza. Las piedrecitas eran blancas y no medían más de dos centímetros de diámetro. No se veía un montículo o alguna hendidura en la tierra como supone una excavación.
Esas piedras blancas son de abajo de la tierra, las que están por encima se llenan de humedad y polvo por eso se ven más oscuras. Éstas son blancas porque están lavadas por las lluvias”, explicó.
En ese momento clavó una varilla en la tierra, el suelo estaba tan blando que el fierro de metro y medio se metió sin fuerza.
“Aquí hay una fosa”, dijo Simón y comenzaron a excavar hasta localizar grandes bolsas de ropa, la mayoría prendas de mujer, que fueron saliendo de la tierra para ser fotografiadas por peritos de la Fiscalía del Estado de Veracruz.
Unos metros más adelante se encontró una fosa clandestina con más de 400 restos óseos en su interior.
Una pequeña fosa en Veracruz en el que se enterraban los restos humanos calcinados y desintegrados, fue descubierta por las pistas que la propia tierra brinda a sus expertos lectores que desentierran la crisis de violencia y desapariciones que atraviesa el país.
Los buscadores ahora son cientos en todo el territorio mexicano que esconde en su tierra los tesoros que las familias buscan desde hace años en el país.