Reportajes especiales

“Ser negra no es cuestión del color de la piel, sino de amor a la comunidad e identidad”

Laura Herrera es habitante de Coahuila, se reconoce como afromexicanos (as) y a través de la cocina tradicional impulsa una lucha para los mascogos

A Laura la distingue no sólo su amabilidad, sino su honestidad para hablar. Es precisa, directa y en su mirada color marrón, resalta esa sensación de refugio que pocas veces uno encuentra. Sus abrazos y su sazón te devuelve al origen lejano de las ancestras. La comida es con ella y ella es con la comida y su comunidad.

Laura Herrera es cocinera tradicional de la comunidad afrodescendiente de los mascogos, quienes habitan en el poblado de El Nacimiento, a 30 km de la cabecera del municipio Melchor Múzquiz, en Coahuila. Este territorio es compartido con el pueblo indígena kikapú. Laura se presenta pero no está sola, su identidad es una ola que va y viene sobre sus ancestras, sobre sus hijos y sobre el amor profundo que profesa a su pueblo. Sus recuerdos giran en torno a ello.

¿Quién es Laura? Laura es una mujer negra mascoga, madre soltera (por elección) de tres hijos, nieta de ‘Mamá Getchu’ (Gertrudis Vásquez) y es originaria del municipio de Múzquiz, en el estado de Coahuila. Está muy cerca por cumplir 50 años.

Su abuela ‘Mamá Getchu’ –como le llamaban cariñosamente– fue una matriarca que cimbró a cineastas, reporteros(as), investigadores(as), antropológos(as) y curiosos(as) que conocieron, a través de su voz, la historia de sus antepasados que huyeron de la esclavitud del sur de Estados Unidos y llegaron a refugiarse a tierras mexicanas.

Ella fue una figura importante para Laura porque junto a su madre le inculcaron el amor a la comunidad. “Mamá Getchu” era conocida porque conocía las canciones tradicionales y la lengua afroseminola. Incluso inspiró el documental ganador de Cannes, “Gertrudis Blues (2003).

“He luchado toda la vida. Nací con una partera, aquí en una casita que era de mis abuelos. Amo el campo. Nos dedicamos a la siembra porque aquí se come quelites, nopalitos y le enseño a mis hijos y nietos el amor a la tierra”, comparte orgullosa Laura a Once Noticias.

La lucha de Laura ha sido desde dos trincheras, principalmente, la gastronómica y recientemente una lucha política que ha emprendido su hija Dulce, pero que fue posible gracias al impulso de su madre.

La memoria histórica es política

Las luchas de Laura se sintetizan en la defensa por visibilizar a su comunidad, asentada en ese territorio desde mediados del siglo XIX.

La Historia oficial cuenta que los afrodescendientes mascogos descienden de los “black seminoles” un pueblo que huyó de la esclavitud en Estados Unidos. Para impedir la recaptura se aliaron con indígenas seminoles –de ahí su nombre–, en la península de Florida, y huyeron a México.

Junto a los indígenas seminoles y los kikapús, solicitaron refugio a México a cambio de defender la frontera de los indígenas nómadas lipanes y comanches, hacia 1850. En principio se asentaron en Piedras Negras, pero a cambio de sus servicios, el gobierno les otorgó tierras en El Nacimiento.

En la actualidad las comunidades de “black seminoles” viven también en Estados Unidos, en Texas y Oklahoma, como ha expresado la literatura especializada.

Esa historia la conoce Laura, también por la memoria oral de su familia, no obstante, la develación de una lucha política devino de su hija Dulce, por quien profesa gran admiración, porque la ha impulsó a llevarla a la historia del presente.

En 2014 su hija se involucró en México Negro AC para buscar el reconocimiento constitucional de los pueblos negros, alcanzado en agosto de 2019. Hace poco, Dulce fue nombrada regidora étnica a sus 30 años, aunque lamenta Laura que “se le impugnó por ser mujer. No es para tener salario, es para estar más cerca y apoyar mucho más a la comunidad. Ha luchado mucho por la comunidad”.

Laura recuerda que cuando Dulce era una niña, en la escuela la mandaron llamar porque armó una pequeña revuelta que puso ‘patas pa’rriba’ a la maestra. Y es que ocurrió un deceso, y tal como dicta la tradición mascoga, para velar a las personas difuntas hay una serie de prácticas y rituales en el que se involucra la comunidad.

Su hija pidió permiso para asistir a este ritual, pero la maestra se lo negó, entonces decidió salirse con otros niños para acompañar a su comunidad, porque para ella era importante asistir. “Ella defendía su legado y nosotros se lo enseñamos”, dijo Laura.

La memoria mascoga sabe a maíz, calabaza y camote

Laura tuvo también el interés de impulsar una lucha cultural a través de la gastronomía. Fue así que en 2018, puso un pequeño restaurante de comida tradicional llamado “El Maná del Cielito” con el objetivo de satisfacer a los visitantes que llegan a la comunidad.

Ella hizo una lista y compartió que encontró al menos unos 100 platillos típicos de la comunidad moscoga. Dijo que resalta el aprovechamiento de todo. Resaltó, sin embargo, que lo que más se utiliza en la gastronomía mascoga es el maíz, la calabaza y el camote: “la calabaza en salado y dulce. Maiz seco en atole y pan. De los animales se aprovecha todo”.

Entre los platillos mascogos más conocidos se encuentra el soske (atole de maíz), tetapún (pan de camote), empanadas de calabaza, pan de mortero, frijoles rancheros, asado de puerco con chile colorado, cortadillo y otros.

Para Laura la comida es una parte fundamental de las tradiciones de su familia. Tiene recuerdos de su infancia de cuando su madre y su abuela la ponía a machucar el maíz en el mortero, a pelar las calabazas para hacer los frijoles, también cuando apaleaba los frijoles o cuando debía chamuscar el nopal, “no tenías tiempo ni para fijarte qué color de piel eras”, bromeó.

Ser mujer y ser negra

Laura lamentó, empero, todas aquellas veces que han sido objeto de discriminación por motivos de género y los traspiés que hay por el color de piel.

Compartió a Once Noticias que una vez en su restaurante, en el que ofrece también venta de artesanía y otros productos, explicaba a una señora los beneficios de un shampú, cuando fue interpelada con burlas y le dijo: “ah, mira [los negros] son civilizados, sí conocen el shampú”.

Otro día, recordó, “un niño que venía con su papá le preguntó, ¿y dónde están los negros? ¡Aquí no hay negros! No sé que esperan, ¿encontrarnos con taparrabos?”, señaló.

Recordó cuando su hijo Jesús –quien tiene su cabello de color pelirrojo– era un niño, reconoció su negritud.

“Le contó a mi hija que los habían tratado mal por ser negros. Su hermana le explicó ‘a ti no te trataron mal, Jesús, tú no eres negro, tú eres güero”. El siguió aferrado a ser negro y estaba muy dolido por ese acto. Todavía mi hijo dice que es negro y yo me sonrió, porque es un amor muy grande a sus raíces y a su familia”.

Por otro lado, Laura también ha sido víctima del machismo de su comunidad. Y es que no estar casada y tener un esposo mascogo es mal visto. Además, durante mucho tiempo, las mujeres no habían podido participar en la vida pública, ni ir a reuniones.

Laura vislumbra que muchas cosas han cambiado con el tiempo y las mujeres se han involucrado más en las decisiones públicas de la comunidad mascoga. En su experiencia, siempre ha sido transgresora y participativa:

“Yo soy una mujer que no me detengo. Siempre voy a las reuniones y procuro siempre opinar, no me detengo, no me gustan las injusticias dentro de mi comunidad ni fuera de ella. Por eso me he involucrado en labores sociales y enlace con autoridades, para ayudar a ser visibles, porque queremos que nos tomen en cuenta”.

Ser negros y negras no es un color de piel

En México, según detalla el Censo de Población y Vivienda 2020 (INEGI), 2 millones 576 mil 213 personas se reconocen como afromexicanas y representan 2 % de la población total del país.

En lo que respecta a Coahuila, de 3 millones 146 mil 771 habitantes, 45 mil 976 personas se reconocen como personas afromexicanas, es decir, 1.5% de población de la entidad.

El reconocimiento constitucional de los pueblos afrodescendientes del país es más o menos reciente. La lucha se rastrea desde los noventa y responde a una contraposición de la construcción de la identidad nacional sustentada sólo en la idea del mestizaje (europea-indígena) y que durante largo negó la existencia de las personas negras que llegaron esclavizadas por el yugo europeo desde África.

 

En México, la Resolución 68/237 de la Asamblea General por Naciones Unidas, que promulgó el Decenio Internacional de las Personas Afrodescendientes (que entró en vigor a partir del 1º. de enero de 2015 y hasta el 31 de diciembre de 2024) instó a que INEGI incluyera una pregunta para la auto-adscripción de personas “afromexicanas” en la Encuesta Intercensal (EIC) de 2015 y en el Censo de Población y Vivienda 2020.

En nuestro país se reconocía la diversidad cultural, aunque estaba restringida a los pueblos indígenas. No fue sino hasta 2019, luego de una larga lucha por parte de las organizaciones y pueblos negros, que se reformó y modificó el Artículo 2º, inciso C, que reconoce a los pueblos y comunidades afromexicanas.

En 2017, la comunidad mascoga fue reconocida, por el gobierno de Cohuila, como un grupo étnico de la entidad.

La identidad afrodescendiente no se limita al color de piel, tal como aseveran distintas investigaciones antropológicas y sociológicas, sino que la negritud responde a un entramado identitario mucho más vasto como la memoria, la lengua o las tradiciones.

Para Laura Herrera ser negros no es un color de piel, sino una lucha incesante que incluye la preservación de los usos y costumbres. También una lucha porque el reconocimiento del 2019 sea una realidad y no promesa en papel:

“Queremos respeto y apoyo por parte de autoridades, detener la migración de las personas a falta de empleo. No sabemos cómo bajar recursos o llenar formularios. Que el gobierno.que se sensibilicen con nosotros. Para nosotros ser negros mascogos no es un color de piel, sino que es nuestro legado, nuestras tradiciones, nuestros usos y costumbres, nuestra raíz, el amor que le tenemos a nuestra comunidad, a nuestros antepasados”, enfatizó Laura.

 

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