Economía

Los trabajadores de la basura en la Ciudad de México

Gabriel Hernández tiene 36 años de edad y 20 trabajando con su carrito de basura en las calles de Azcapotzalco. Todas las mañanas despierta a las 4:30 de la mañana para llegar a trabajar antes de las seis de la mañana y comenzar a barrer con escobas que él mismo fabricó.

 

El amanecer es frio y las manos no tiene ninguna protección contra los vidrios o los fierros que pueda encontrar en la basura. Las personas que no separan sus residuos son las culpables de algunas cicatrices y heridas de Gabriel. 

 

Las jornadas laborales duran más de 12 horas, sin comida ni agua, y por menos de 3 mil pesos al mes.

 

Tengo que llegar en la mañanita porque el patrón se enoja. Nos cambiamos y salimos a darle. Hay que barrer la calle, trapear algunos edificios, podar y recoger la basura de los departamentos”, dijo Gabriel.

 

Con las manos duras y marcadas de trabajo, Gabriel acomoda y separa la basura que lleva en su carrito. Tras recorrer toda su ruta, tiene que buscar al camión de la basura para vaciar sus botes y entregarlos descargados.

 

Le juntamos toda la basura al camión y, así como llega, hay que tirarlo y pagarles. Cuando no hay basura de las casas, no sale ni para pagarle porque en las calles si sale mucha basura y no lo puedo regresar el bote lleno porque el patrón se enoja y me multa. Hay veces que yo tengo que poner de mi bolsa para trabajar”, aclaró Hernández.

 

La pandemia del Covid-19 vulneró más a los trabajadores de la basura. En el rubro no cuentan con ningún tipo de seguro médico, a pesar de estar en constante exposición al virus que azota al mundo. Tampoco cuentan con material de sanidad para protegerse de cualquier contagio, y mucho menos tienen información de en qué casa tienen pacientes con Covid-19.

 

Me trajeron mis carnales y mis tíos porque los conocían aquí. Comencé barriendo y con eso me ganaba una monedita para llevarle a la jefecita. Dejé la escuela por trabajar, no había dinero pa’ los pantalones o pa’ los lápices, para nada”, lamentó Hernández. 

 

¡La basuraaaaaaaaaaa!

 

Se escucha a los lejos su voz, el vibrar de los botes que se acerca poco a poco. Los vecinos del barrio salen y dan las bolsas con basura a Gabriel. Algunos llevan unas monedas para entregarle al trabajador y otros no. Él señala que con ese dinerito le paga al camión y saca los gastos del día.

 

La noche comienza a tomar las calles de la capital y Gabriel guarda su carrito en la bodega, se cambia y se quita el overol. Camina a la parada del camión y se aleja en la combi hacia el norte sobre las calles limpias por su trabajo y dedicación.

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