No les interesan la selva, la ecología, las energías limpias, el feminismo, los derechos humanos y menos todavía la paz, la democracia, la justicia, el bienestar de la mayoría; solo les interesan sus negocios y les interesa, en la medida en que tenerlo en sus manos les permite hacerse de más dinero, el poder político.
Quieren instalar en la presidencia de nuevo, a alguien que les sirva. Necesitan que un empleado, un gerente a lo sumo, se cruce en el pecho la banda presidencial en el 2024.
Así como a principios del siglo XIX y para impedir el derrumbe total del absolutismo en Europa, se unieron las monarquías de Prusia, Austria y Alemania en una “Santa alianza”; hoy, aquí en México, se han unido, para detener la transformación, los más rapaces barones del dinero y las más corruptas de las empresas extranjeras, los jueces y magistrados que están a su servicio en distintos tribunales del país y la mayoría de los integrantes del consejo del Instituto Nacional Electoral.
El objetivo de esta “Santa alianza”, expresión del llamado “estado profundo”, en la que los partidos políticos de la derecha unificada y sus dirigencias, y las y los comunicadores que en los medios la sirven, juegan un papel francamente subsidiario, aunque, ellas y ellos se crean protagonistas de este drama, es conseguir por otras vías, lo que les es imposible conquistar en las urnas.
A regañadientes aceptó esta Santa Alianza una derrota que, en el 2018 por su soberbia y su ignorancia, les tomó por sorpresa.
A que Andrés Manuel López Obrador se rendiría ante ellos, apostaron.
Creyeron que la misma realidad del país; la fortaleza de un aparato de Estado corrupto hasta la médula, que se mantuvo décadas intacto y la proverbial resignación de una población acostumbrada a aceptar mansamente la imposibilidad de un cambio, habrían de doblegarlo.
Pensaron que no soportaría la andanada mediática constante.
Confiaron en que la pandemia habría de descarrilar su proyecto y terminaría por dejarlo aislado y solo en Palacio.
Se equivocaron.
Solos y aislados se están quedando ellos.
Ante sus golpes se creció y se crece un López Obrador que más que rendirse ante esa realidad, que ellos creían inamovible, se empeña tercamente en transformarla.
De poco o nada le sirvió a esta “Santa alianza” su formidable poder mediático; solos y aislados se fueron quedando los intelectuales que, en el viejo régimen, se creían la conciencia del país.
Solos y aislados, en sus estudios de radio y televisión, en sus oficinas en los diarios, sin atreverse a pisar las calles, confinados a una clientela minoritaria, quedaron esas y esos líderes de opinión cuya palabra era antes dogma de fe.
Es cierto, esos “pocos” que los siguen, son millones y aunque son menos de un tercio de la población, les sobra la plata y la rabia.
Millones que, sin embargo, no les han alcanzado para obtener victorias electorales y que no habrán de alcanzarles, si juegan limpio, para revertir el proceso de transformación.
Podrían quizás vencer, pero no tienen el programa ni la fuerza de las ideas, para, como dice Miguel de Unamuno, convencer a una mayoría cada vez más crítica y consciente.
Por eso a punta de amparos tratan de frenar la obra pública y revierten multas a empresas depredadoras.
Por eso intentan, desde ya, con argucias legales de todo tipo, cerrar el paso a las y los posibles candidatos de Morena a la presidencia.
Su proyecto es volver al pasado y no tienen prospecto siquiera de candidata o candidato presentable. Solo tienen plata, rabia, abogados, jueces, consejeros electorales y un arsenal de viejos trucos sucios, pero se enfrentan a un hombre y a un pueblo que, como decía León Felipe: “ya se sabe todos los cuentos”.