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Barra de Opinión Once Noticias | Epigmenio Ibarra

Las elecciones en México y los últimos comicios así lo demuestran, han dejado de ser el típico ritual cívico de cambio de mando, esa cita a la que las y los ciudadanos asisten, cada tanto tiempo para elegir a un presidente, a un gobernador o a un alcalde más.

Desde el 2018, nuestro país vive lo que puede considerarse un inédito y extraordinario proceso insurreccional; una revolución pacífica única en la historia del mundo. Vivimos un alzamiento cívico progresivo, que voto por voto, elección tras elección, va demoliendo, va acabando con uno de los regímenes autoritarios más corruptos, represivos, sofisticados y longevos de nuestro tiempo.

Hoy los comicios son la expresión de esa disputa por la Nación, en la que estamos inmersos y que ha dejado de ser un asunto sólo de las élites.

Hoy, las y los ciudadanos saben que votar es tomar partido, asumen como propia esa disputa y contribuyen a que la balanza se incline decisivamente hacia un lado.

Las elecciones revisten pues un carácter plebiscitario; más allá de las y los candidatos, la gente se pronuncia a favor o en contra de un cambio de régimen y a favor o en contra de una transformación que, no por ser pacífica y llevarse a cabo en libertad o quizás y precisamente por eso, es menos profunda, duradera y radical que las que se han logrado con las armas en la mano.

Te lo dije, Ciro, la gente, en nuestro país, está consciente de que la paz es fruto de la justicia. Ya sufrió en carne propia los efectos terribles de la guerra. Sabe que la violencia solo genera más violencia y que lanzar al Ejército a exterminar criminales tuvo un doble y trágico efecto; convirtió al narco en una sanguinaria fuerza de combate y convirtió al Ejército, a la Marina, y a las policías, en fuerzas igualmente criminales que violaron constante y masivamente los derechos humanos.

La paz no nace entre los cuerpos desmembrados. No germina cuando se derrama sangre a raudales.

Te lo dije y te lo repito, Ciro, esos que como tú -permíteme citar a Fabrizio Mejía- “claman por más muertos ante el índice de muertos” se equivocan, pues sigo con Fabrizio- su pensamiento se enraíza en “la convicción católica de que el mal existe como esencia, y no como malas acciones y las circunstancias que las convocan”.

Cercenar y no comprender era y sigue siendo la visión de los cruzados; los árboles se desarraigan no se podan, si una rama se corta de tajo, otras muchas nacerán y el árbol crecerá; eso pasó con el crimen organizado, así la guerra se profundizó.

No se termina con la perversidad ejecutando a los criminales; al contrario, se desata así -y la historia lo demuestra en cada caso- una espiral de violencia demencial e incontenible.

Quien desde el poder combaten al mal haciendo más mal, tal es el caso de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto (quienes, por cierto, nunca corrieron riesgo alguno) abren heridas que tardan forzosamente generaciones en cerrar, convierten a su país en una fosa clandestina y condenan a la gente a la que gobiernan, a vivir y a morir, reducida a la condición de carne de cañón. Contra eso votó la gente en el 2018. Contra eso volvió a votar en el 2021.

Contra eso votó de nuevo el domingo 5 de junio. Eso explica el crecimiento exponencial de Morena; sus aplastantes victorias en Oaxaca, Quintana Roo, Hidalgo y Tamaulipas, su avance del 3% al 33% y al 38% en el favor del electorado en Aguascalientes y Durango.

Por la construcción de la paz y por la justicia social -que la oposición considera meras limosnas- ha votado la gente, desde el 2018.

Para poner fin a un régimen que causó tanto daño y hasta que sus partidos pierdan el registro (como ya sucede con el PRI o el PRD) o queden confinados, como el PAN a solo unos cuantos reductos y apoyados por minorías, votó y seguirá votando, consciente, libre, alzada en urnas y sin miedo, la gente en este país.

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