Reportajes especiales

‘Danza de los Diablos’, tradición afrodescendiente en la costa de Guerrero y Oaxaca

Las máscaras, sones y danzas reúnen una tradición única que se realiza durante las Fiestas de Todos Santos

Ya vienen los diablos, el zapateado rítmico anuncia que se acercan. Salieron de las tumbas y se quedarán en las calles hasta el 2 de noviembre. Sus largas barbas, hechas de crin y cola de caballo, cuelgan y se mueven al compás de la música. Sus cuernos de venado y sus largas orejas advierten que no son de este mundo, son los difuntos, los ancestros, que se encarnan en estos seres juguetones, traviesos y bailadores que regresan para cuidar a las comunidades de la Costa. La danza de los diablos materializa una tradición que representa a las comunidades afrodescendientes de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca. Según algunas investigaciones antropológicas, se realiza desde Río Grande, en el municipio de Tututepec, Oaxaca, hasta Tenango, en el municipio de Azoyú, en Guerrero. Es parte de la memoria ritual que sintetiza el pasado negro, indígena y europeo. Las máscaras, sones y danzas reúnen una tradición única que se realiza durante las Fiestas de Todos Santos (el 1 y 2 de noviembre, aunque hay comunidades que comienzan desde el 31 de octubre). Son distintas las versiones que afirman que los danzantes espantan a los muertos, otras dicen que son los muertos mismos que salen del panteón. Estos seres que no son parecidos a otros y que imponen pavor con las máscaras,  son liderados por La Minga y el diablo mayor -Tenango o Terrón- cuyos personajes encarnan la burla, la dualidad, la sexualidad, el miedo, la risa, temas sensibles y prohibidos para la moralidad colonial.

Una memoria de los pueblos negros

El origen de esta danza se pierde en la memoria de los pueblos negros. En ella persiste, eso sí, la tradición oral que se traspasa por generaciones y que le aportan características únicas según la comunidad. No hay exactitud sobre la fecha en que nació, pero todo apunta a un origen colonial, cuando fueron traídas miles de personas de África como mano esclava, para trabajar las tierras cuando fue socavada la mano indígena. Cuenta la leyenda que uno de esos barcos, que trasladaba a personas africanas esclavizadas, durante una fuerte tormenta se hundió. Sin embargo, algunas de ellas lograron sobrevivir y nadaron hasta llegar a las costas. Una vez en tierra firme se quedaron y poblaron la región y al paso del tiempo desarrollaron una actividad económica de relevancia, la ganadera. Cada elemento de esta danza hace referencia a estos orígenes. Algunos estudios antropológicos y etnográficos afirman que era una danza ritual dedicada al dios Ruja, una deidad africana al que se le pedía la liberación del yugo español que tenía a las poblaciones afrodescendientes en situación de esclavitud. Con el paso del tiempo la danza adquirió características indígenas y de la tradición católica, por lo que esta danza es considerada una síntesis del intercambio cultural de estos pueblos en el que convergen la tradición afro, indígena y europea.

“La Minga” y el Diablo Mayor (Tenango)

Los diablos, conformados por doce personas (hasta veinte, según la comunidad), son liderados por el Tenango que representan a un capataz que va marcando el ritmo y vigila el paso de estos seres. Se distingue de los otros diablos porque viste chaparreras, una característica de la indumentaria de los capataces dedicados a la ganadería. Además trae un látigo para disciplinar a los otros diablos. En la memoria, según algunos pobladores, persiste la explicación de que la representación del Tenango es una forma de burlarse de los capataces españoles. “La Minga”, diminutivo de María Dominga, es una personaje representada por un hombre que viste con faldas o vestidos y carga a un bebé. Es la madre de los diablos y regresó al mundo terrenal a buscar un padre para su hijo, por lo que suele ser representada como coqueta, voluptuosa y seductora con el público que atestigua la danza. Según la memoria de pobladores, también era una forma de parodiar a los españoles.

La música que acompaña a los diablos

La música, como en otras danzas, es fundamental. El ritmo va en armonía con los pasos de los diablos que a lo lejos advierten que ya vienen y se acercan. El ensamble se compone, principalmente, de la armónica, la charrasca -una mandíbula de caballo o burro que marca el ritmo cuando los dientes son rascados- y el bule -un tambor de calabaza forrado con un parche de piel de venado y en cuyo centro se encuentra una vara atada a la que se le pone cera de abeja. La vara proviene de un árbol llamado Caulote. Al sacar y meter esa vara la fricción emite un sonido particular que asemeja a un rugido. Es como un bote que ruge. Su sonido depende del tamaño del calabazo, entre más grande, más fuerte. En algunas comunidades se han agregado otros instrumentos como violines o trompetas. “La Minga” y el diablo Mayor piden como ofrenda algunos sones. En los versos sobresale la picardía, para hacer reír a los curiosos y curiosas que admiran la danza. Los diablos, mientras tanto, corretean a los y las asistentes. El humor sobresale en esta danza. El miedo que imponen las máscaras hechas con sus flecos y barbas de crin de cabello, con orejas de burro y con cuernos de venado, heredadas por generaciones, son algunas de las particularidades de estás artesanías cuyo valor radica en las horas y meses que dedican sus participantes a hacerlas, así como a aprender la danza. Cada casa ofrece a los diablos, ofrece tamales y mezcal o comida de la ofrenda cuando pasan bailando frente a ellas. Las mayordomías son las que se encargan de llamar y reunir a cada participante, y se aseguran de que se lleve a cabo la festividad. Además sobresale que la participación de mujeres es cada vez mayor, como diablas e incluso como “La Minga” y hay muchos grupos que representan a sus barrios, tal es el caso de la Perla Negra en Cuajinicuilapa. La burla y la irreverencia es importante en esta danza que comienza a bailarse desde temprano, desde el 31 de octubre, cuando los diablos hacen sus travesuras mientras se dirigen al panteón y para llamar a las ánimas a que salgan y sean llevadas a la comunidad. El 2 de noviembre los diablos regresan a estas ánimas a su lugar, en espera de que en la siguiente festividad de muertos vuelvan a salir para visitar a los pueblos afromexicanos de la Costa. En México, de acuerdo al Censo de Población y Vivienda 2020, 2% de la población total se reconoce como afrodescendientes o afromexicanos, es decir, 2.5 millones de personas y se concentran en la región denominada Costa Chica, que va de Guerrero a Oaxaca, aunque también en Veracruz y Coahuila son entidades con población afromexicana.

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