El desgajamiento del Cerro del Chiquihuite ocasionó que al menos 80 viviendas en los límites del cerro fueron desalojadas por estar en peligro, sin embargo, ninguna tiene la certeza de que regresarán a casa o si tendrán alguna reubicación su vivienda.
En las faldas del cerro, lejos de las piedras que pueden caer de los barrancos, los vecinos se congregaban en un taller vulcanizador, con el número 43, de la calle Tepochtli, de la colonia Lázaro Cárdenas, en Tlalnepantla, Estado de México.
En el centro de las llantas y herramientas estaba un pequeño feretro de color blanco, el cual guardaba el cuerpo de Mía Mendoza Campos, una niña de tres años, quien murió tras el derrumbe y tras cuatro días la localizaron entre los escombros. De su familia, aún se encuentran dos personas desaparecidas, su hermanito Jorge y su madre Paola Campos Robles, quienes también se encontraban en casa el pasado 10 de septiembre.
Entre los asistentes del velorio de la niña estaba la señora Rosa Martínez Morales, una de la vecinas que conocía bien a las víctimas del derrumbe. La señora vive en la última casa de la calle Ixtapopo, justo a unos metros antes de llegar a los barrancos del cerro y teme por su vida, pero también se encuentra en una encrucijada debido a la poca información que han recibido.
Me siento en peligro porque no sabemos si el cerro nos va a agarrar durmiendo o en cualquier momento. Ya vimos el riesgo que esto trae y esperamos que no suba a una escala más trágica. Han notificado algunas familias en su casa con una orden de desalojo y les dicen que se vayan a un albergue pero nosotros no podemos estar en un albergue porque tenemos necesidades en nuestras casas. Lo que necesitamos los vecinos es que nos reubiquen”, mencionó la señora Rosa.
“La gente que sigue viviendo ahí, no quiere salirse porque tenemos miedo de perderlo todo cuando nos digan que ya no podremos regresar o se pueden meter a robar, sabemos que nos tenemos que salir, pero tampoco tenemos alguna solución segura para dejar nuestras casas”.
Ella y su familia, al igual que otros vecinos construyeron ese barrio. Todas las casas y muchas de las calles se fueron haciendo con el trabajo de sus habitantes, con sus manos y su vida lo que formó estos vecindarios que ahora tienen que dejar porque el peligro los observa de arriba.
En esas calles ya se había puesto una denuncia desde el 30 de agosto. Y es que unas grandes piedras habían caído del cerro, la señora Rosa lo sabía al igual que otros vecinos de la colonia. Unas horas antes del derrumbe ella vio pasar la pequeña Mía agarrada de la mano de su madre y de su hermano. Después sólo se enteró por las noticias que el joven padre, de nombre Jorge, estaba buscando su familia.
Cuando vi al muchacho le dije que necesitaba mucha fuerza porque tiene una vida por delante y aunque se le fueron sus dos angelitos, él tienen que seguir adelante. El joven es bien luchón y la muchacha era bien trabajadora, ellos vendían frutas y verduras a veces ella venía a verlo en el puesto que tenía frente a la llantera”.
“Esa familia era bien unida, yo veía como jugaban con los niños y ahorita le arrancaron un pedazo de familia y todos sentimos ese dolor. Aún falta que encuentren a los demás. Yo vengo para dar un apoyo supe que estaban velando el cuerpo de la inocente y pues le traje una vela a la niña. Me da gusto que la encontraron porque gracias a dios se le va a dar una digna sepultura”, dice la vecina Rosa.
La calle Tepochtli estaba cerrada y los asistentes colocaban sillas en el arrolló vial, se sentaban y platicaba en voz baja, muchas jóvenes lloraban en la puerta de la vulcanizadora y otras tantas miraban a la nada en silencio, todo el barrio despidió a la pequeñita.
La señora dejó su vela junto al pequeño féretro. Poco a poco fue subiendo las calles que la llevarían hasta su casa, en donde ya guardó papeles y cosas de valor por si la notificación de desalojo llega a su puerta. No sabe muy bien qué es lo que hay que hacer y confesó que entre los vecinos aún no hay una organización para pedir un plan de reubicación a las viviendas desalojadas.
Lo que queremos es que nos apoyen y nos aseguren que vamos a tener un lugar para regresar o para vivir seguros, porque si nos sacan así, nos mandan a la calle”, concluyó la vecina Rosa Martínez.