El reciclador pasa caminando por las calles del barrio, pagando a la gente por pedazos de fierro, plástico o cartón. La caminata inicia por la mañana y al caer el sol llegan a los acopios de material donde se pesa y se paga. Es una pequeña economía comunitaria que le da un poco de liquidez al barrio.
La señora Teresa llegó a los contenedores de reciclaje. Llegó caminando a paso firme y con un diablito que transportaba una estufa inservible. El reciclador entrega unos billetes y unas monedas a Teresa, que se retira con el mismo paso firme. La estufa se desarma y se separa según sus materiales: el metal de un lado, el cobre de otro y el aluminio a otro rincón. Al poco tiempo, una viejita entra al local, carga una bolsa pequeña pero llena de botellas plásticas. La bolsa sube a la báscula y le extienden unas monedas a la señora que se retira despacito del lugar.
Después, ese material se vende a lugares donde lo trituran, y el que lo tritura se lo vende al que funde. Este último ya le da forma de bolitas, varilla, laminas o lo que sea para darle un nuevo uso. Una transacción que comenzó con cualquier vecino alimenta toda una cadena de producción que llega a niveles industriales.
El coronavirus paralizó estas actividades porque no son negocios indispensables. Sin embargo, “hay personas que vienen todos los días por sus monedas, como la señora, que es su pan del día. Si no hay quien les ayude a reciclar, la gente termina pagando porque se lleven la basura y en vez de recibir una monedita, la pierde” dijo Arturo Soler, un recolector ambulante.
Una economía barrial que gira en torno al reciclaje y al medio ambiente se va perdiendo poco con la falta de práctica y la criminalización del oficio.
La policía viene, nos para y nos dice que nosotros no podemos transportar esa basura ni en carritos a pie, ni en las camionetas. Nos piden permisos que para uno son inaccesibles, porque cuestan un montón de dinero y piden muchos requisitos. Aquí se vive al día”, comentó Arturo.
A los lejos se escucha al recolector que en todos los barrios recorre las calles para dar vida a una pequeña economía comunitaria en las calles de la capital mexicana.
“¡Se compraaaaaaan, colchones, tambores, refrigeradores o algo de fierro viejo que vendaaaaaaaa!”